viernes, 9 de septiembre de 2011

NOTA PREVIA, ADVERTENCIA, RECOMENDACIÓN, PETICIÓN Y CONTACTO


NOTA PREVIA

El contenido de este texto es reproducción del publicado en 1983 con las siguientes referencias:

CARBONERAS DE CUENCA 1983

Depósito legal: M – 4.719 – 1983

I.S.B.N.: 84 – 85339 – 34 – 7

Gráficas Do –Mo – Barco, 27 – Madrid – 13

El autor del retrato que aunque no se ha incluido en esta edición sí figura en la edición impresa es Lorenzo González

El texto final que figura en el libro impreso es:

Terminóse de imprimir este libro MAREA DE BOLSILLO, de Emilio Rodríguez, en la imprenta Do-Mo, calle del Barco, 27, de la Villa y Corte de Madrid, el 28 de enero de 1983, Y ha sido editado por EL TORO DE BARRO, de Carboneras de Guada­zaón, Cuenca, de Castilla - .La Mancha.

ADVERTENCIA

La obra original ha sido maquetada nuevamente para facilitar su publicación electrónica en un blog del Poeta Emilio Rodríguez, ha cambiado la portada, y la contraportada.

RECOMENDACIÓN

Dado que la edición original está agotada, el autor autoriza a sus lectores a reproducir esta obra para uso personal, con el ruego de que se cite su procedencia.

PETICIÓN

Si algún lector quedase especialmente complacido con la lectura de MAREA DE BOLSILLO , puede manifestar su satisfacción entregando un pequeño donativo a cualquier organización dedicada a mejorar las condiciones de vida de los habitantes de este mundo.

CONTACTO

Los lectores que deseen ponerse en contacto con el autor de este libro pueden hacerlo escribiendo a su dirección electrónica poetaemiliorodriguez@gmail.com


I

Si alguna vez has muerto.

Si nada en tus sótanos el vino

y te suenan las anillas del cerebro.


Si tienes los huesos carcomidos

y recorres la historia

como un busto,

con la frente surcada de terrazas


y el mármol resobado de azadones,


entonces, sólo entonces


podrás decir que has visto el día


caer desde el tejado

como un gorrión atravesado por un beso

II

Amanece en los barcos. Amanece


en todos los barcos

de la tierra

y en todas las sirenas es la hora


de lidiar el toro plano

del cansancio.

Corretean arañas por el vientre

del faro, y una fiebre de lanchas

invade las alcobas.

Se encienden altavoces en la niebla

y un frío de hojalata

divide en cuarteles el aliento.


Amanece en los vocablos


cuando quieres decirme

que estamos caminando sobre el agua.

III

(Pamplona, mayo 1977)

Era la hora clara en que se ahuecan los fantasmas.


Un puño de lombrices y de estiércol


descorrió la cortina de acacias emplomadas.


Se apagaron las velas que surcan los estanques


y fueron degollados los gallos de la aurora.


Paredones de fusiles y cuchillos


florecían en los jardines.


Era la hora en que la sangre


se nos queda estancada en los zapatos.

IV

Tu casa era de viento.

Tus manos eran algas

traídas a la orilla

por un delfín sonámbulo.

Tus dedos no miraban.

Recorrían las cosas

con un galope ciego,

como el caballo aquel

que nos llevaba

y se perdió una noche

entre cerezos.

V

Entonces eras alta como el día

sorprendido en chimeneas,

como la garganta trágica del águila.

El viento madrugaba en tus ojeras

y laureles cortados hacían señas

en el lino organizado de tu talle.


Entonces cuidábamos banderas


y recorríamos el alero haciendo gestos


a nuestra soledad loca de adelfas.

VI

Barcarolas de óboe


afinaban pañuelos


y un farol diplomático


en el día de los diarios.


Cabecea la plaza


invadida de incienso.


Arrebol de placenta.


Y no llegan los datos

.

VII

Me enterré en el limo de tu frente,

elevada alcancía de margaritas.

La montaña de miel y de alhucemas

amamanta un perfil de viento estático.

Me sangra el paladar piedras de azufre

pero sigo agrimensando la palabra.

Sigo desempolvando los rastrojos

y me suelto las venas de la. espalda

para sumar señales a tus signos.

VIII

Otoño es la palabra. Otoño


es el rosal y los chalecos


que se ponen las avispas.


Un mejillón despierta

y da la hora

para que no se descosa


la aceituna.

Abril es un secreto. Pero otoño

es la corbata de sal que nos ayuda a bienmorir,

cuando zurdos zuecos cantan

en los charcos.

X

(París, agosto)

En el Campo de Marte se han secado


las rosas que olían a Chanel,

y el viento deja huellas como zarzas

en el rostro matinal de las estatuas.

Las torres de París se han alejado

en el barco sillar de Nôtre Dame.

Ahogadas en el río, las campanas

son una sombra larga que nos dice

lo poco que ha crecido nuestro sueño.


La mañana viajera y despeinada


nos arrulla en su «patois» de niña triste.

X

Soledad. Levitan lámparas

en los ojos granizados del romero.


Se despeina la muralla de vinagre


que separa el dolor de los recuerdos.


Cortinas de maíz recortan ruidos

en la cáscara de nuez del ojo alerta.

Es la hora de las manos. Un saludo

vegeta en los laureles masticables

del canto funeral que me transporta.

XI

Para ti serán estos cíngulos ayeres

que navegan sin duda el desayuno.

La hierba que cortábamos mañana

se ha vuelto piedra lumbre en aquel mayo

en que calvos alcatraces piragüean

la salsa boreal de las tenadas,

el vello genitivo de la historia.

Aceite hace piruetas en los márgenes


del labio sedentario a cucharadas,

en arroyuelos tristes de magenta

y el fallo de estar muerto en zapatillas.

XI I

No te lleves las nubes ni el sendero.


Dejarás que el farol se rompa en aguas


como el sauce desmayado

de las doce.

A veces acontece que noviembre


es un barco dibujado en tus ojeras


y el círculo de sal

en que te mueves

me nubla de alfileres el costado.

No te lleves el río ni los naipes.

Despejaré la incógnita del vidrio

cuando extienda los dedos por tu frente

y sepa que sigo estando solo.

XIII

El ahorcado tenía lentos borceguíes

y un labio leporino en el lugar

donde acaba el alma y comienzan los barrancos


que solemos llamar desesperanza.


El ahorcado tenía pausas de viento


en la mirada, cuando se nos plantó


con verticalidad de palma interrogante.

XIV

Las uñas en el muro hacen canales

para que sangre el sueño su silencio.

Una reja se cierra desde lejos

y una mano cortada hace el saludo

convenido, cuando cofres de azabache

transportaban alaridos de otra orilla.

Sentados sobre escombros repasamos

el tiempo que falta para ayer

y los motivos que tiene el caracol


para escribir su curva biografía.

XV

Caballo que no regresa. La ventana

se despeina en humareda de cobre.

Un lugar silente y blanco

para contemplar el tiempo

en líquida columna susurrante

de espíritu acrocéfalo.

Sangrar a gusto de todos.

Algebra de camposanto y convidados

de adobe con las manos enlutadas.

Artillería de cascos. Noche blanda.

XVI

Intima multitud. Caminos lánguidos.

Goteras de reloj apedrean el césped

encendido de migas y pardales.

Chaleco de un abrazo que inunda

las costillas de perdidas mejanas.

Tiempo de multiplicar y andar

de espaldas. Canalones de ira

cegados desde ahora

por la arena parlanchina de una risa

que pasa de puntillas.

XVII

Te recordé junto al muro.

Tu imagen, todavía cuadriculada

de ladrillos,

se amoldó perfectamente


con mi sombra.


Habías crecido mucho. Lo supe


cuando ví. que en tu sonrisa


se calentaba el barro

por encima de mi frente.

XVIII

( James Joyce)

Monición de ataúdes a interés de la tabla


consonando la noche cacahuetes vaciados,


encontrando bateas tabicadas de almagre.


Tenebrosas tribunas en lugar del aliento


que montañas mantienen con fragor de lejía.


Otra; vez la demencia que pensaba ramitas,


caminar de sisones sobre trébol armiño,


sobre cal de Limoges, continente varado.


Veinticinco de picas al abismo tirante.


Aportadas divisas sobre el vuelo del cisne


cuando Leda dormida repetía la lluvia


y los trenes de heno acunaban azogue.


Capital de la ira en rompientes de calle


que navega el hocico de notables a ratos


o galope tupido de minerva bifronte.

XIX

Misteriosa erupción de volcánicas lunas

en la piel apagada de los muertos rampantes

con las manos cruzadas

sobre vientres sonoros.

Rendición de las lámparas

a las tres de la tarde,

cuando dientes inciden

en el velo del templo,

cuando estancias nupciales

destejían la nata.

Caprichosa y silente la vereda del órgano

evidencia rumores

confirmados de nunca.

XX

(Ramón Gómez de la Serna)

Te recuerdo de espaldas a ti mismo,


profesoral y tierno como el cordón


de tus zapatos.


Encendida tu voz de alta cachimba


y el cabello enmohecido de desvanes,


donde el amor, a ratos,


se desmaya.


Fragor de las goteras


dispara camafeos y persianas


en sombreros de copa. Primer plato.


Y los signos barrocos de tu enfado


que adornaba de puntillas lagarteras


el silbido de tren


del desayuno.

XXI

Mi amigo Jonás bajó a la playa.


Se descalzó los guantes, carraspeo


y comenzó a comer arena


lentamente. Como el tiempo pasaba


y las ballenas no venían

a su parada habitual

de tragar hombres,

se sumergió en el agua


y fue flotando


a depositar su arena


en otra playa,

al tiempo que maldecía, con voz pausada,

de este horario absurdo

que tienen ahora

las ballenas.

XXI I

Fin de fiesta obligado. Por todas partes

lloran alcancías.

Se detiene la ropa humedecida


en un paso de danza

(passe a deux) erizado de cactus

y de orzuelos.

El champagne, con voz de duodeno,

flirtea mariposas eructadas

y se pone compresas de «gin-tonic»


en el hueco que dejan monosílabos.


Resucitar la música es tarea


de violines de trapo

sentenciados

a un golpe de poder


que picaportes

intentan conseguir a toda costa.

XXIII

Descubrimiento sensacional


de ahora mismo:


François Villon no fue nunca


ahorcado.


Murió de una ola repentina


de vino beaujolais

cuando estaba intentando atravesar

el Puente de las Artes.

No supo, pues, bailar

el baile ritual de los colgados.


Fue solamente un pobre


poeta vagabundo

que nunca consiguió escupir en sociedad.

XXIV

(Toledo)

La luz se marchaba a saltos


zigzagueando los cirios


por un cielo de marmita


con salivazos de enero.


Se descorren los olivos


para la tierra del peso,


y la cera de los rostros


cambia de lugar el miedo.


Certificado de tarde


con azules, con banderas


de pergamino silente.


Regalamos las palabras


y nos vamos, verticales,


por este río de espuelas

que nos ha llevado el cuerpo.

XXV

Cazador. La encina sube


un grito a las colinas.

La cabeza emplumada selecciona

la dirección del aire.

Estaba escrito el vuelo vertical


de sangre arisca.

Martillo sobre el viento.

Sudor recorre la frente

del hombre que vio muerte


precipitarse en sus uñas.

XXVI

Una mano es un arroyo

de piel

para acariciar.

Un ojo es un barco lento

perdido entre las montañas.

Entre tu rostro

y mi rostro

pasa el mar.

XXVII

(La Peña de Francia)

Las nubes se presentan a la hora

de hacer el tobogán

y arar arroyos

plagados de antiguas acrobacias.

Llanura recosida de encinares,

sombreada de cuernos

y de espejos.

La danza de la luz

mueve los ojos

de una música. arisca


y comestible.

Prometeo dormido sobre helechos

y un águila de vuelo tartamudo

para fechar minutos estirables,

para romper peldaños

de una huida.

XXVIII

El farol de la plaza daba saltos

a la hora afilada

de los charcos.

Impúdico azahar cubría

los veladores

de las diez y cuarto lunares

y en mangas de camisa.

Orquesta de fantasmas

para beber con hielo

un tango lento.

La lista de teléfonos te espera.

No necesitas tirar piedras

al cristal de mi ventana.

Quizá no he regresado

todavía.

XXIX

(Miguel de Unamuno)

Callejón de las Ursulas

grabado de miedo

y de palomas.

Un silencio de bronce

entona salmos

por la piedra acolchada

de ataujía.

Tu mirada redonda y berroqueña

se nos ha quedado helada

entre dos páginas.

XXX

Huesos curvos me transportan

al origen de los labios.

Piel de olvido. Dedos


lánguidos


como manchas de perfume.


Pasaporte para espejos


con el cabello incendiado.


Se acostaban las colinas


cuando el tren llegó

a su ocaso.

Dormitorio de palomas.


El mar estaba triste

y no podía asomarse

a la ventana.

XXXI

Tu cintura de azufre


a ojos cerrados

y tus manos adelfas

que construyen mobiliario


a la tristeza.

Algunas noches tienen eucaliptus

y ruedas de molino

en vez de horas.

XXXII

Las sirenas de los barcos


empañan el espejo.


Cabellos de azafrán


y aroma de manzana


entre los dedos.

El labio carcomido de la pena

se pega a las costillas

como una flor guardada

en el cuaderno.

Agonía de girasoles

en el alto balcón,

y Dios contando estrellas

para no desvanecerse

de cansancio.

XXXIII

Hay días que se quejan


como corzos

heridos de canícula,

y gotean alquitrán

como los pinos

al borde de la noche.

Hay días que perecen aplastados

por el carro de piedra

de un retraso,

y nos duelen en los ojos


muchos años.

XXXIV

A veces es abril entre los ojos

y no nos llega el agua

hasta los labios.


Cien pájaros explotan en el aire


con cierta precisión


de máquina obediente.


A veces son las diez


en las alcobas


y todos los sofás están cansados


de no tener tu cuerpo.

XXXV

Me gustan los instantes

en que puedo conversar

con tus mejillas.

Cuando miro tus manos

volar ágiles

como sendas de capricho


entre los robles.

Me gusta que tu voz

me vaya desnudando

hasta dejar mi piel sembrada


de espineras,


para tener un dolor


que pueda recordarte


cuando el agua haya borrado


tu retrato.

XXXVI

(Mahalia Jackson)

Los campos del cielo se llenan de aroma

y todos los trenes

transportan cansancio.

Algodón bruñido con bordes de nácar

y manos oscuras

marcaban el talle

de una torre lánguida

vestida de niebla.

El grito encerrado en viejas alcobas


nos pone las vísceras

a ritmo de gospel.

Palmadas de cobre

mantienen el canto.

Camino de siglos y lágrimas negras.

XXXVII

A veces oigo balas volar


de mis cabellos

a los cincuenta puntos cardinales

todavía no inventados.

A veces, un disparo me despierta,

y tengo un surco azul

a lo largo de la frente.


O un caballo galopa.


por mi sueño


y el sonido de la hierba


consigue desvelarme.

XXXVIII

Pero no, no hay septiembre


que divida las suertes,

y el alero no bala en conceptos de mimbre

como el tiempo de estaño

que decíamos ahora.

Rencorosas canéforas en la hora de azufre

que llevamos a cuestas,

condenados a nada.

Como el niño que llora

porque no tiene dedos.

XXXIX

(Preso sin número)

Te escribo porque sé que estás despierto,


porque escondes la tristeza


detrás de algún incendio


y meditas los árboles


como cosa inaudita.


No te cuento mi vida


porque no tienes sueño,

y las ropas ajenas te desatan

el odio.

Las paredes embisten y recortan el aire

como arañas llovidas

de un pasado con dientes.


Te inventé cuando supe


que sufrir es obsceno

y el silencio alimenta

como pan de mazmorra.

Los volcanes orinan livideces de palio

en papeles pintados

que sabían tu rostro.

XL

De pronto, me digo que soy triste


y un río se despierta

por mi vientre.

Extiendo las palabras para verlas


palidecer al sol, desvanecerse


como el cabello anciano

de lejía.

Se detienen carretas en los puentes


para escuchar las náuseas

del cielo.

Las fuentes amenazan en mis sienes

y un aire de lechuzas transparentes

explica el recorrido

de fantasmas.

XLI

Nos sorprendió la tarde

y vamos ciegos

por un algo semejante a todavía.


Se doblan telarañas,

nuestros labios,

acostumbrados nunca a tanto exceso,

cacarean la úlcera del tacto

y codean bilortas pecho arriba.


El botellón de sangre desayuna


con nuestra savia sucia

de tan lejos.

XLII

Angelical tristeza la del pino


que no conoce aceras

ni lavabos.

Que se viste de guardia


a cualquier hora


y vigila las rutas cenicientas


de los quietos rondadores


del verano.


Ya los vencejos turbios


no consienten


que se llame a rebato


sin motivo,

porque están las azucenas dando pan

a los peces cocidos del tejado.

XLIII

Porque rumiar es propio de gusanos

y la mano no rige tempestades,

se nos desmaya el alma

de estar tristes

y ver con los semáforos. el tiempo.


Obligados a ser tan taciturnos


como el perchero roto

en los zaguanes,

se nos desangra ahora


el telediario

y las pedradas dulces del periódico.

XLIV

A veces somos así, tristes


quizá porque hemos nacido


en día de niebla.


A veces, nos duele, preciso,


el metacarpo


de tanto hurgamos el futuro


con los dedos.

XLV

Cuando rompí aquel vaso

y puse cerco al mar arquitectónico

del vino,

pensé llamarte a voces

y ser libres,

por una vez al menos,

hasta donde lo permita

el mobiliario.

Pero se me fue el tiempo,

todo el tiempo,

tratando de escribir

en los cristales.

XLVI

Los gallos se celebran a sí mismos

en un ritual cargado

de abalorios.

La noche es un caballo de escayola

que nos lleva despacio

hacia el abismo.

Tenemos la muerte dividida


en células de alambre


y nos la vamos bebiendo


lentamente.

XLVII

¿Dónde estábamos nosotros

mientras nuestra voz pidió

socorro, hasta hacer desmoronarse

las campanas? .

Cuando el agua regrese


a las montañas,

podemos recordar estas historias.

XLVIII

La palabra más tuya es el silencio,

como el agua que despierta

dando saltos

porque estuvo soñando


en el invierno.

Resplandores de mármol caminaban

sobre el piano cansado de las once

o tu espalda de cuchillo acariciante,

cuando estaba descalzándose

la calle.

XLIX

Me pareció la hierba más azul

cuando supe que cuidabas

primaveras

y llevabas al mercado nubes tibias

para hacer pasamontanas

a los barcos.

En tus ojos de musgo

estaba el mármol

sentenciado

a la misma ambigüedad

que los otoños. .

Cuando te vi volar. me puse triste

porque no quería mancharme

los zapatos.

L

(Cante Hondo)

Entonces fueron alaridos de guitarra


y vino alzando puños


de humareda.

Un sabor ocre amordazaba

los relojes.

En goterones cálidos el sueño

bendecía llanuras de percal

y cazaba mariposas

con la goma

de un ojo de cristal

envuelto en algodones.

Bostezaban los vasos

y sonaban

los rosales agobiados por el sol.

Reservado el derecho de cansancio.

El fuego encanecía las botellas.

LI

La distancia es un polígono sin lados,

una bola de pan

que puede inflarse

y tener ojos

donde vamos colocando nuestras cartas.


Penélope, envuelta en su tapiz,


aprende a leer el mar


y se le van entristeciendo


los cabellos

de tanto contar hilos.

Lll

Ahora puede ser un día distinto


del que quiere describirme


el calendario.


Ahora el sonido es una piedra,


una mano de arroz


que puedes masticar


o colocar en la mejilla


para no sentirte solo.


Ahora el poema se despide


y sigue su camino,

como el pájaro sin nombre

repitiéndose a sí mismo

que ya nunca más será

un objeto.

LIII

La canción nos cae encima

como una manta de hojas secas,

como un recodo del invierno

afilando las hoces y los brazos.

Asomados al mar, nos vemos lejos,

como antes de venir a este recuerdo.

Se debilita el yunque de las horas

y un dolor recorre el mapa

hasta la península azul

de las costillas.

El mar está sentado ante el espejo,

cansado de luchar consigo mismo

LIV

Ahora, por ejemplo, no es de noche,


pero el musgo está creciendo


en las bombillas.


Un niño se ha perdido en el espejo


y no puede gritar


porque se quiebran todas


las palabras.


Ahora hacemos lumbre con los sueños


y volvemos a encontrar


el soldado de plomo (tantos años


desangrándose) que no sabía jugar


a las batallas.

Salamanca, 1977-78


COLECCION B

1. Semillas, Manuel Muñoz Hidalgo.

2. Sombras de ciudad, Pedro J. Ca­ñada.

3. El tiempo abatido. Anacleto Fe­rrer.

4. Marea de bolsillo, Emilio Rodríguezz.